”Aguas, mil”, recordó el viejo
refrán que tantas veces le oyó a su madre.
«El
agua, junto con los rayos del sol, te ayudarán a crecer». Fue lo último que
escuché de mi madre. El viento me separó de ella y llevó lejos de aquel lugar.
Finalmente caí en el suelo y me quedé dormido. Pasó el tiempo, hasta que las
gotas de agua de lluvia me despertaron. Respiré, la tierra acogió mi raíz; mi
tallo fue guiado por el sol y pude ver el cielo: era el lugar hacia donde tenía
que crecer. Muchos años después me convertí en el árbol más frondoso del bosque.