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sábado, 29 de octubre de 2016

BERNARDO DE BALBUENA, NUESTRO POETA TITULAR

Desde hace muchos años, las vidas de mucha gente están unidas al nombre de BERNARDO DE BALBUENA; alumnos y alumnas, profesores y profesoras, trabajadores no docentes, padres y madres de alumnos conocen ese nombre porque así se llama nuestro Instituto; los valdepeñeros pasean por la calle BALBUENA  y los niños juegan-o jugaban- en la Plazoleta Balbuena...
Pero Bernardo de Balbuena fue un hombre de carne y hueso, que vivió entre 1562 y 1627, a caballo entre dos siglos, a caballo entre dos estéticas, la renacentista y la barroca; Bernardo de Balbuena fue poeta, también eclesiástico (llegó a ser obispo de Puerto Rico); también valiente viajero al Nuevo Mundo, porque desde la meseta que lo vio nacer en Valdepeñas atravesó el gran mar y marchó a las Américas (México, Puerto Rico...), donde desarrolló su carrera literaria y eclesiástica.
Un grabado del siglo XVIII que representa a Bernardo de Balbuena, obispo y poeta, "natural de Valdepeñas".

Aunque hoy esté bastante olvidada, la obra de nuestro poeta fue apreciada en su tiempo y otros poetas y escritores más recordados lo elogiaron; así, es famosa la alabanza que le hizo LOPE DE VEGA en su Laurel de Apolo (1630) o la de CERVANTES en su Viaje del Parnaso (1614).
Pero hoy quería traer aquí otro elogio tal vez menos conocido; es un soneto de alabanza de una de las obras de Balbuena, una novela pastoril publicada en 1608 con el título Siglo de Oro en las selvas de Erífile; el soneto lo escribió, nada más y nada menos, que el gran FRANCISCO DE QUEVEDO. En él, compara  a nuestro Balbuena con el mismísimo Orfeo. Ahí va, para que no nos olvidemos de que llevamos su nombre porque vivió, escribió, fue leído por la gente y hasta admirado por otros escritores:

   AL DOCTOR DON BERNARDO DE BALBUENA

Era una dulce voz tan poderosa,
que fue artífice en Tebas de alto muro,
y en un delfín sacó del mar seguro
al que venció su fuerza rigurosa.

Compró con versos mal lograda esposa
el amante de Tracia, al reino oscuro;
a Sísifo quitó el peñasco duro,
y a Tántalo la eterna sed rabiosa.

De vos no menos que de Orfeo esperara,
si el pueblo de las sombras mereciera
que, cual su voz, la vuestra en él sonara.

Por oíros, de Tántalo no huyera
el agua, y él de suerte os escuchara,
que, por no divertirse, no bebiera.

                                                 FRANCISCO DE QUEVEDO

            
                          
                              

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contribuyentes Raquel García Blanco

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